Sobre la terquedad, la cobardía y la valentía
Muchas veces creemos que una persona con un buen carácter es alguien que no puede presentarse como cobarde. Tendemos a describirlo cabizbajo frente a las decisiones importantes, temeroso a las situaciones que requieren compromiso o siendo alguien que no acepta la realidad tal como es. Por ejemplo, podría tratarse de alguien que está dispuesto a traicionar a las personas que conoce porque prefiere no verse afectado a tener que protegerlos -como un amigo traicionando a otro frente a una travesura que ambos hicieron-; o lo vemos también cuando uno se rehúsa a cambiar algún hábito de su vida, como algún tipo de relación con alguien, porque prefiere la estabilidad que ha alcanzado, incluso si ésta le deja cierto disgusto. Ambos comportamientos los tratamoss como inexcusables: definitivamente no queremos tener algún tipo de relación con la persona del primer caso y con el segundo podemos decir que le falta formarse valor para tomar la decisión de abandonar la relación. Así que no planeo vindicar estos casos. Lo que trataré de hacer, en cambió, será apuntar algún tipo de relación que es tan esencial en éste como lo es con la valentía.
Muchas veces cuando pensamos en alguien valiente hablamos de la persona que es el antípodo del cobarde, aquel que puede enfrentar el temor que se le presente y sea capaz de aceptar la realidad de cara a cara, en todas sus dimensiones e insatisfacciones que éste sea. Uno es valiente porque rehúsa sostenerse y someterse a las ideas falsas o los comandos que considera dañinos. Si alguien ordena "has esto y esto o vamos a infringir daño sobre tí", una persona lo hará porque teme a las consecuencias, mientras que el valiente lo reniegará a pesar de las consecuencias.
Sin embargo, esta manera de presentar la valentía hay que entenderla más que nada como un ideal, aquella idea presente en nuestras mentes que nos muestra cómo alguien que posee la virtud de la valentía debe comportarse. Si digo que Andrea es valiente parece que estoy expresando que no podrá sentir o expresar alguna emoción de miedo. Quien es valiente debe ser consistente con ese tipo de actitud. Pero nadie puede mantener ese grado de consistencia -ser valiente para cada situación. Lograr concebir esto nos permite simpatizar con la persona que muchas veces es proclive a inclinar la cabeza frente a las órdenes. Consideramos una vida como decepcionante si la hemos descrito bajo el vicio de la cobardía, pero ninguna persona es capaz de evadirla. Exigir de nosotros mantener ese grado de exigencia, aparte de que mostrarnos también que puede volverse un vicio -pues estamos demandando del cuerpo y la mente mucho muy rápido; uno debe aprender, experimentar y reflexionar estas dos actitudes y, eventualmente, tomar la decisión consciente de ser valiente-, también es simplemente una demanda exigente: nosotros experimentamos miedo por el daño que nos pueden ocasionar o hacia las personas cercanas a nosotros; muchas veces para tener que ser valiente requerimos abandonar ese tipo de emoción, debemos sacrificar nuestro cuerpo o mente.
Hemos, entonces, caído de nuevo en una dicotomía: por un lado optamos por la cobardía porque tenemos que cuidar de nosotros mismos y/o de alguien más y, al otro extremo, nos encontramos con el valiente, que realiza ciertas acciones a pesar de verse afectado y poder dañar a otras personas que estima, verbigracia, cuando uno reporta un tipo de abuso en el trabajo a pesar de que puede costarle su empleo y, consecuentemente, ya no podrá proveer de su familia. Esta dicotomía de hacer esto o esto, sin embargo, es sólo aparente.
Ya apunté que el cobarde es sólo quien quiere sostener lo falso o se rehúsa ver la realidad como en verdad es; hace esto meramente por algo que catalogamos como conveniencia. Bien podríamos decir que su razonamiento es éste: "cuál es el propósito" -diría- "de abandonar una idea que me ha traído mucha satisfacción, estabilidad o utilidad sólo porque no parece que sea muy probable que no exista, no sepa si existe o que resulte que no era lo que creía que era; aún puedo pretender que es como yo lo he imaginado, pues es necesaria para mi satisfacción o la estabilidad de mi vida". Creemos aquí inmediatamente que la persona virtuosa sería incapaz de aceptar ese razonamiento. Pero seríamos muy apresurados si juzgamos así su actitud; y la razón de esto podría deberse a la elección de palabras que he escogido: cuando escuchamos "satisfacción", "estabilidad" o "utilidad" parece que sólo hablamos de cosas que sólo proveen confort para esa persona, ficciones que redundan en eso mismo, es decir, cosas que no existen; sin embargo, poseen una importancia más fundamental. Aquí la persona cobarde ha observado que puede estar mal, pero eso no le ha impedido que continúe usando sus ideas; en realidad, se rehúsa a abandonarlas: es terco.
Esto mismo podemos encontrarlo con la persona valiente. Si esta persona se levanta para defender a otro y le preguntan por qué lo hace, él o ella rápidamente puede decir que está mal hacerlo. Y si insistimos veremos que después nos dará, cada vez que volvamos a interrogarlo, las siguientes respuestas: "nadie merece ser tratado así", "porque es lo correcto", "es un ser humano y todo ser humano merece ser tratado con dignidad", "lo hago porque es lo que cualquier persona haría", etc. Esta persona tiene que creer en ciertas ideas -que se presentan en este tipo de expresiones- para actuar valientemente. Su valentía no proviene de un vacío, sino que posee su propio contenido y sentido. Su valentía -su razón de actuar así- proviene de creer en la dignidad humana, en lo que es correcto e incorrecto y, en general, en lo que llamamos humanidad. Si no creyera esto, ¿por qué estaría dispuesto a defender a la persona molestada? ¿Qué lo movería? A mi parecer, no se vería afectado por la situación, podría ignorar fácilmente lo que ocurre. La persona que observa como está siendo molestada una compañera del trabajo por el jefe podría ignorar simplemente lo que está ocurriendo. Sin embargo, él o ella sabe que lo que está pasando está mal y sabe qué puede quedarse sentado o decir algo.
Cabe preguntarse entonces observar cuáles son esas ideas que está creyendo, acerca de si son ideas ya demostradas o no, pues el cobarde también posee ideas que lo motivan a actuar de cierta manera, siendo estas catalogadas como falsas o ficciones (es decir, se rehusa a aceptar el hecho del ostigamiento porque ello terminaría afectándolo también; para él o ella no existe tal caso, aún mantiene la idea de que su compañera no ha sido ostigada). Podríamos apuntar fácilmente que, en efecto, lo que dice creer existe y es demostrable señalando los actos moralmente correctos, de bondad, etc. que existen en el mundo. Sin embargo, también es posible apuntar los actos moralmente incorrectos, abuso o agresión. Quizá podría concluirse que ambas existen en el mismo mundo. Sería fácil dejarlo ahí y apuntar que la persona valiente debe comportarse de la manera correcta y evadir lo incorrecto -ser virtuoso e ignorar el vicio. Sin embargo, ¿qué hay acerca de los casos terribles, donde escasean los ejemplos moralmente correctos y se hallan exponencialmente presentes los casos inmorales? Imaginemos, por ejemplo, que nos ponen en un escenario terrible y después nos colocan en un escenario donde parece que hay una balanza entre ambas. No creo que esa persona concluya, una vez experimentado ambos escenarios, que efectivamente existe ese equilibrio. Todo lo contrario, se mostrará indiferente con los ejemplos morales, pues se sentirá abrumado por todos los ejemplos inmorales que experimentó. El vicio, el dolor, lo inmoral, etc., le ha causado una mayor impresión[1]. Por ejemplo, un compañero de trabajo se sentirá angustiado por la cantidad de casos que existen de ostigamiento sexual en el trabajo. Se cuestionará, entonces, si está haciendo alguna diferencia al reportarlo -¿qué sentido tiene si actuó o no? Cuantificará que el caso particular que está presenciando es sólo de una mujer y que su trabajo es la base de sustento para 3 personas que son los miembros de su familia. Vera a esta mujer como un objeto, algo que puede ocasionar en él o ella satisfacción o disatifacción; es decir, la satisfacción que obtendrá de ayudarla será menor del poder proveer de su familia. Parece entonces que esas ideas que el valiente sostiene para actuar no poseen el mismo peso que las ideas viciosas y terribles; simplemente hay un gran sentimiento abrumador con éstas.
Los casos paradigmáticos para ilustrar esto son los campos de concentración, las guerras de invasión, los casos de conquista y colonización. Sea que uno actúe como perpetrador o como víctima, cualquiera puede observar que esos son los momentos donde la persona se halla claramente más indefensa a los grandes actos de crueldad y violencia. Es ahí donde se dan las torturas de prisioneros, forzamiento de trabajo explotativo, niños atrapados en el fuego cruzado, destrucción de hogares, etc. Para muchos es complicado sostener la fe en la humanidad -para expresarlo de alguna manera- cuando observa que alguien está dispuesto a permitir que un niño, con zapatos demasiado gastados por su uso que casi todo su pie ya está al descubierto, continúe trabajando en temperaturas extremadamente bajas, sólo para que después sus extremidades hayan quedado completamente congeladas y hayan tenido que ser amputadas[2]. Para éste y muchos casos más vemos un tipo de ejemplo donde es posible ignorar la dignidad humana. Se trata de un caso especial -distinguido entre los demás- porque una vez que uno haya observado lo sencillo que es dañar la dignidad del ser humano, que no se requiere mucho para maltratar o lastimar a alguien, que es fácil cruzar la línea de lo inmoral, pero que toma más esfuerzo pasar del daño o la pena a la compasión o el apoyo, habrá observado cómo puede sobreponerse con sencillez el vicio a la virtud, la maldad a la bondad.
Por esto uno podría reclamarle a la persona que se atreva a ser valiente que no conoce una verdadera situación de horror. Sin embargo, esto no llegaría muy lejos, pues es precisamente en esos escenarios terribles que se dan los más grandes casos de valentía. Para hablar otra vez de Frankl, él nos cuenta que aquellos que se rindieron frente a su situación eran los que más rápido morían, mientras que aquellos que persistían a pesar del dolor continuaban existiendo a pesar de encontrarse en una pésimas condiciones de vida. La razón de esto se debe a que continuaban afirmando ideas que no podían asegurar si eran verdaderas, pero necesitaban hacerlo para seguir. En estos casos extremos se requiere ser terco, sobreponer la vitalidad frente a la crueldad del mundo, afirmar la idea de humanidad y dignidad humana incluso si en ninguna puede encontrar ejemplos de éstas. Es aquí que encontramos un tipo de razonamiento similar al del cobarde: "requiero creer en esta idea a pesar de no saber si es verdadera, si hay poca razón para creer que lo sea o incluso si no es verdadera; es necesario que lo haga, que imagine que así sea porque es mí único sustento vital". De esta manera, el acto de valentía requiere también ser terco frente a ciertas ideas. Pero esto no es sencillo, los más grandes actos de valentía también requieren de los más grandes esfuerzos de continuar afirmando algo que no podemos confimar que existe.
Parece entonces que todo tipo de acto compasivo, moral, etc., no se basa primariamente de un tipo de demostración empírica -de apuntar dónde está ese objeto en el mundo-, sino de un modo de emprendimiento al costado del carácter vital como la valentía. Si es fácil ignorar al niño o a la mujer como ser humano, nosotros tenemos que dar el paso difícil -de esfuerzo- de pasar de esa acostumbrada barbariedad y agresividad al de la compasión y bondad -en cierta manera, tenemos que volver a hacer presente la dignidad que estos dos tipos de personas han perdido[3]. Muchas veces nos cuesta trabajo creer en ideas como "dignidad", pero aún así las consideramos fundamentales para nosotros. Esto lo vemos ilustrado con Frankl, quien no tenía conocimiento alguno acerca de si su esposa continuaba con vida, pero aún así constituía uno de los motivos para aferrarse a vivir. Es desde esa misma manera la que el valiente se aferra a defender la vida de alguien a pesar de la incertidumbre que esté experimentando; tiene que continuar creeyendo que vale la pena hacerlo; mantener tercamente que nadie merece un trato injusto; sostentrá que toda persona merece un trato digno; dirá que es lo correcto y que es lo que cualquier persona cree. No importa que tanto se le siga cuestionando, para esos momento de incertidumbre es requrido contestar "porque sí" -un bruto sí que dé inició no sólo a nuestra vida particular, sino a la afirmación de nuestra vida en comunión con otros.
[1] Lo mismo creo pasaría incluso si la persona experimenta un escenario donde se exponencializa los ejemplos bondadosos y morales y después lo contrasta con un escenario donde se exponencializa los ejemplos terribles, etc. Ocurre lo mismo porque primero a experimentado, por ejemplo, lo que es la verdadera compasión y después ha sentido como se la han arrebatado.
[2] Historia de Viktor Frankl en “Hombre en busca de significado”.
[3] Por este motivo la practicalidad es distinta de la moralidad. La primera trata más que nada de conveniencia y la segunda de reconocimiento. Con la practicidad, si vemos que no nos vemos afectados entonces no requerimos cambiar algo; si el género másculino no se ve afectado por el hostigamiento hacia la mujer, entonces no se ve motivado a actuar. Sin embargo, reconocemos que la mujer no es sólo algo separado de nosotros, sino que es alguien que forma parte de nuestras relaciones, con quien compartimos ideas comunes como "humano" o "virtudes". Por tanto, también nos vemos motivados a querer ayudarla.
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