Argumento contra la eternidad

 

    UNA PARTE

A la idea de la eternidad que se ha entrometido en (a través y sobre nosotros: una penetración que nos parece convincente, pero que se me hace no muy bien pensado) la genealogía humana, tendremos que contrastarla con algo que podríamos llamar: una filosofía del cansancio. Existe un pellejo que cubre nuestra piel, una capa lustrosa, que propone protegernos y nos habla que el brillo que se general cuando choca con la luz es explicable de nuestra providencia divina: irradiamos nectar divino. Pero despojados de esa explicación por la mordida de Adán, la reminiscencia de esos recuerdos será la explicación para el motivo de la educación. Las alas volverán a crecer. La historia se volverá una mano que tomará de nuevo su conciencia. Podrá uno entender que su propósito hereditario, la única planta del Edén que aún crecía en la tierra, en el alma humano, era su amor por Dios, río que proverá eternamente a los corazones de la humanidad: desearemos siempre mostrar nuestro amor a Dios, no existirá un deseo de terminar con nuestra vida porque nos será asequible afirmar continuar existiendo. Se tratará no sólo de una verdad eterna, una descripción de lo que nosotros somos, sino también una verdad que puede prescribir sobre nosotros ---conoce lo que somos, lo que queremos y cómo obtenerlo. El cultivo de las alas es todo lo que tenemos que hacer una vez obtenido ese conocimiento.

    Pero ese es otro tiempo y ese mundo hace tiempo ya que ha costado trabajo por creerse. Cuesta trabajo hoy aceptar ciertas ideas universales sobre el ser humano ---acerca de lo que lo hizo y cómo aquéllo tiene influencia sobre su creación---; usualmente hay demasiadas implicaciones que son difíciles de aceptar: no se trata sólo de aceptar a Dios sino a uno particular y, dependiendo cómo sea comprendido, entonces se regirá el modo en que el ser humano puede moverse por el mundo (voluntaristas y racionalistas, por ejemplo, son dos visiones de la intervención divina sobre la moralidad). Aunque, por supuesto, uno puede dudar la hipotesis de Dios.
    Como la popularidad moderna no depende de Dios, entonces le será más complicado aceptar ciertas ideas universales que prescriban y definan al hombre. Podemos decir que es racional, por supuesto, pero ninguna de esas cualidades se acerca a la idea del amor eterno de Dios: la razón puede tener fines ambivalentes, pero el segundo puede sólo revelar aún más la verdad y el amor de escala divina.

    Nuestra soledad tiene hoy que tratar de presentar ideas que se sostienen en tanto alguien decida mantnerla, pero nada más sale de ahí. El peligro, sin embargo, nace de creer que posee un tipo de origen que le da el estatus de inamovabilidad. Confundimos el valor de los pensamientos y, recios, queremos que perduren de manera indeterminada. Jugamos a la dictadura sabia; alguno ---el más fuerte, la tiranía de la mayoría, el que está bien posicionado--- toma el poder y se atribuye así mismo la autoridad de que ciertas ideas que unen a la gente son eternas. Pero el tiempo las ira desmantelando; aunque rehusarán abandonarlas, forzándonos a vivir con cierta visión inepta para la salud comunal; y, por consecuencia, nos volveremos un pueblo perdido en el pasado, tratando de alcanzar lo que nuestra razón ya nos indica pero no hemos concretado en nuestra sivilización.


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OTRA PARTE

Podemos decir que pensar es uno de los elementos que nos definen, aquello que incluso nos hace humanos. Es esa parte que nos muestra y confirma que existimos. Sin ella no sólo no somos humanos, tampoco reconocemos en algún grado que existimos y vivimos. Tenerla es un componente para darnos cuenta de dónde estamos, con quien estamos, quiénes somos y, en general, que somos capaces de tener un tipo de vida.

Pero esto no lo abarca todo. Poseerla no significa sólo que existe que se nos presenta como concepto — aquella idea a la cual damos razón de lo que somos —. Poseerla implica también que en todo momento de nuestra existencia el pensamiento estará a nuestro lado; hemos realizado un acuerdo: donde quiera que vayamos éste se encontrará, y donde sea que esté nosotros estaremos. Esto provocará que estemos en un tipo de relación que, prima facie, no parece que nos ocasionará muchos problemas, pero, a medida que reconocemos lo que conlleva, veremos que afectará de manera muy determinante su involucramiento en nuestra definición como ser humano.

Hay que recapitular un poco: somos seres pensantes, seres que no pueden despegarse de esa definición. Por tanto, no existirá un período de nuestra vida donde no estemos dando origen o pensando acerca de algo. Incluso cuando pensamos sobre la nada o sobre no querer pensar, estamos ocupando ideas y conceptos sobre las ideas de "nada" y "no-pensar". Por tanto, si es tal como he propuesto, todo escenario particular de nuestra vida siempre revelará que se está llevando a cabo una acción: la de pensar. A diferencia de una actividad como hacer ejercicio o realizar un problema matemático, la cual tiene un inicio y final, aquí nunca será posible dejar de pensar -esa es la prueba cartesiana: estoy pensando, por lo tanto continuo existiendo. Se tratará, entonces, de una actividad que no podremos deshacer; y como cualquier tipo de acción o actividad, ella conllevará energía y gasto. Sin embargo, a diferencia del trabajo físico, aquí no podemos decir realmente que obtendremos un descanso después del agotamiento –quizá podríamos también decir, a modo de analogía, que este tipo de cohabitamiento (de mi existencia con este principio básico que hace posible mi existencia) siempre nos hace propensos a un tipo de atrofia relacionada con el pensar, pues se trata de un ejercico que requiere reposo pero nunca es capaz de obtenerlo. 

Pero esta no debe ser la consecuencia inminente. El peso que nos debilita, estas ideas y sensaciones que nunca son capaces de soltanrnos, haciéndonos la clase de criaturas que somos: quienes nunca dejan de percibir ni ser capaces de abstraerse a un espacio donde las ideas no sean capaces de alcanzarnos, donde tengamos completamente nada. Es decir, sea por los sentidos, como el tacto del aire que está pegado a nuestra piel o la vista que nunca puede dejar de chocar con algo; o por la mente que siempre está produciendo ideas; ambos -ideas y sensaciones- son el contenido que forma al ser humano, aquello que requiere tenerse, el elemento más importante que cierra la cláusula par hacer cumplir nuestra existencia. Estamos, por tanto, atrapados con ellas; mientras habitemos este mundo estaremos limitados a vivir bajo sus cláusualas o condiciones, de la misma que uno tiene que seguir las leyes de la gravedad o aceptar que posee ciertas limitaciones biológicas como la altura genética o no poseer cierta estructura atómica como tener garras o alas; de esa manera es que estamos nosotros predispuestos a definirnos como criaturas sensoriales y pensantes. Sin embargo, a pesar de ser esta clase de criatura inscrutable padecimiento, aún podemos medirlo y controlarlo. Podríamos decir que seríamos capaces de hacerlo por lo que denominaré como pausas; éstas serán de tipo fuerte, débil o dulce. Con esto sólo quiero decir que cuando surge una idea, sea porque lo hemos pensado o lo hemos visto o sentido (ex. gratia, pensar en un carro o ver un carro), entrará en nuestra mente por un corto o largo tiempo y golpeará fuerte o débilmente. Aquí siempre una idea que entra termina siendo sustituido por otra eventualmente –antes de salir de la casa, por ejemplo, se puede estar pensando en el parque donde va uno y, cuando se llega, esa idea queda sustituida por la de la persona que va cruzando con su perro o las ardillas que pueden observarse fácilmente (esto es lo que explicaré más adelante como pausa débil) o uno puede tener una idea por años porque se ha esforzado por mantenerla, pero en algún momento optará por no querer hacerlo como cuando uno se ha formado el habito de pararse cada mañana a comprar un café.  

Trataré de esbozar la naturaleza de las ideas que siempre nos están afectando (causando que el pensamiento continúe moviéndose y estando activo) por medio del concepto de pausa. Mostraré ilustrándolo en una conversación.

    En un caso se tiene que uno ha platicado con alguien por un largo rato, han intercambiado un diálogo que uno podría describir como desagradable y la pesadez de su compañía sólo se estremece por la longitud del tiempo pasado. Inevitablemente se empezarán a experimentar síntomas como dolor de cabeza o sensaciones paliativas de disgusto. Se trata de una mala experiencia que, en general, sólo trastorna, agota y daña a la persona. Aquí sólo hay una consecución de ideas que entran en la mente de uno cuya impresión o efecto es únicamente dañar o generar la sensación de golpeteo. Este es el tipo de pausa que es fuerte y lánguido. Toda la conversación ha generado esa sensación en general o experiencia de disgusto.

Para el segundo caso tenemos el tipo de conversación que no parece que realicemos algún tipo de involucramiento. Aquí, tratemos como tratemos. no estamos interesados en lo que la otra persona nos está diciendo, por lo que todo nos entrará por el oído lo que diga y saldrá fácilmente por el otro. Apenas sentiremos que hemos pasado tiempo con él, y no sentiremos la transición entre esa conversación y la siguiente – de la misma manera que al estar cansado, a veces ocurre que cerramos los ojos en la noche y sentimos inmediatamente que los abrimos, pero siendo ya el siguiente día; ahí no podremos decir que hemos descansado (incluso estamos más agotados). Éstas serán las pausas débiles, cuya ligereza aún contribuye a la pesadez de la actividad de pensar, porque después de pasar de esa conversación pasamos a otra. No sería como si hubieran dos conversaciones, la que estuvo antes de la conversación ligera y la que fue después. Tenemos que contarlas como tres, por lo que todas drenan energía.

El último caso se trata de algo que disfrutamos. Aquí también está involucrado el efecto de terminar cansado, pero ello no impide que disfrutemos el momento de la conversación. A Veces incluso estamos dispuestos a pasar un gran rato –si estamos en una reunión que está por acabar, podemos decidir dirigirnos a otro lugar para continuar–. Esto, por tanto, contribuye a nuestro definitivo agotamiento; pero la diferencia aquí es que, incluso aún, tomamos la decisión y estamos de acuerdo en hacerlo. Se está hablando aquí de la pausa dulce y larga. 

Podemos también hablar de que las pausas cortas y pesadas son iguales a las pausas débiles y largas (o al menos coinciden en muchos casos), ellas son las cosas que nos pasan de manera repentina y nos disgusta; vemos eso usualmente en lo que llamamos un mal día, donde nos ocurren varios sucesos de mala suerte como haberse levantado tarde, bañarse con agua fría, etc. Y para las pausas dulces y cortas podemos entenderlas fácilmente como aquellas que nos generan un tipo de satisfacción rápida, eso puede ser el sabor de una comida o que alguien nos agradece por algo que hemos hecho (aunque éste puede volverse una pausa larga si prevalece incluso después de horas, sea porque tenemos algún tipo de afecto por la persona que nos agradeció, etc. Sentirlo y pensarlo hace que nuestra mente se sienta cómoda por un buen rato). 

Nuestro pensamiento, siempre activo, presenta entonces estos diversos tipos de casos: ideas que penetran y paran por un tiempo en nuestra mente, afectándola de cierta forma. Ellas son la derivación inmediata de nuestra definición como seres humanos pensantes y sensoriales. Ni el mundo ni las ideas nos abandonarán; ese es un hecho tanto para la razón de nuestra existencia como para la causa que culmine nuestra vida (de manera sofística, tenemos una idea que también involucra su negación). Si el pensar funciona de manera negativa como aquí lo describo, tenemos que describir que el único efecto que puede provenir de estar pensando es el agotamiento de la mente o de querer vivir [1].

Sin embargo, no tenemos que mirar esta conclusión como un tipo de resolución pesimista. Las pausas más dulces y más largas aún dan sentido a la vida que tendremos dentro del período que cada uno de nosotros tenga. Uno podría decir que éstas si bien pueden tratarse de un tipo de gusto, equivalente a participar en la celebración de un compañero, donde uno pasa un buen tiempo, pero nada más. Sin embargo, ello no basta para querer continuar existiendo, se necesita de otros elementos que hagan la pena esforzarse por prevalecer. Requerimos creer que vale la pena vivir más allá del gusto básico. Por esta razón es que uno distingue entre una fiesta cualquiera y la celebración del quinto año de su hija; entre mantener la memoria del recibimiento de un título y de un recuerdo especial entre padre e hija; entre regalarle a un ser querido algo y verlo morir o nacer. Toda idea termina evaporándose de la mente, pero debido a que poseemos la capacidad de discrimicación, podemos esforzarnos por mantener en la memoria ciertas ideas (recuerdos). Y, eventualmente, cuando ya no tengamos alguna idea que valga la pena almacenar –cuando estemos de acuerdo con esa decisión– podremos decir que la mente (y el cuerpo) se ha agotado. La voluntad aquí no se ha rendido, su última decisión fue una afirmación. En todo momento decidimos lo que queriamos y, eventualmente, decidimos no querer más.



[1] Esto no quiere decir que el prolongado tiempo que decidamos existir concuerde con el modelo centenario que tenemos. Que esa sea nuestra nuestra limitación biológica es sólo yuxtapuesta a saber cuánto tiempo podemos continuar eligiendo existir en el mundo. Por ejemplo, podemos pensar en alguna persona que se le ha concedido el regalo de la eternidad. Ella o él podrá proseguir por una gran cantidad de tiempo de acuerdo con los intereses que tenga o los proyectos que tenga. Quizá su deseo es viajar una vez al espacio, por lo que decidirá perseverar en el mundo hasta que cumpla su proyecto; pero una vez cumplido su tarea se le presentarán dos opciones: ya no tener otro proyecto, mostrando ahora poco interés en el mundo, o cambiar de proyecto, como ahora explorar todo el universo. En tanto la persona disfrute su conversación con el universo parece que existirá aún el deseo de vivir. Sin embargo, eventualmente, ese mismo diálogo terminará por ser superficial, sea porque ya no se tiene más de qué hablar o no se tiene con quien compartirlo.

               Hay que dar gran énfasis, además, de que incluso si el interés es un estimulante que puede emerger continuamente, una clase de componente que puede autoafrimarse eternamente, no lográ asociarse completamente con la identidad de la persona. Una persona no puede comprometerse con todos los intereses existentes; puede hacerlo sólo con los que van de manera acorde con los de su identidad. Por tanto, sólo podrá abarcar hasta cierto número que puede decidir tomar una persona hasta tomar la decisión de no tomar más. De otro modo, o estaría modificando su identidad o la estaría cambiando completamente. La persona A --que ha modificado su identidad por el lugar donde ha nacido, las personas con las que se ha relacionado y, en general, por las travesías de la vida que le han tocado-- tendrá ciertos intereses que van acorde a su carácter. Por tanto, si cambia todo eso que es fundacional para su identidad, cambiará sus intereses. Pero, entonces, la persona tendría asignarle la cualidad B, en vez de A. Se trataría, así, de otra persona. Esto querrá decir, pues: que el interés infinito es incompatible con ser parte del contenido de una identidad personal; se requiere más de una identidad; por tanto, una sola persona no podrá tener un interés infinito, sea para querer vivir eternamente como querer degustar de todo lo que el mundo ofrece.

    Por otro lado, unos podría decir que las ideas del mundo (“confusas”,”contingentes'') terminan por ofuscar la mente de la persona, ocasionando que uno tenga ideas calificadas como erróneas, como el deseo de morir --- pues la muerte es sólo un deseo que sólo las cosas contingentes e imperfectas desean. Dirán que las ideas perfectas, las que conllevan el uso de la razón, serán las que ocasionarán que deseemos continuar existiendo eternamente ---un cuerpo que está destinado a envejer compartiendo espacio con una mente que puede pensar en ideas como la eternidad. Pero hay que preguntar, ¿cuáles serían esas ideas perfectas en y para el ser humano? O, de otro modo, ¿cuáles son esas ideas que pueden prevalecer pausadas eternamente? De igual manera, ¿qué les haría creer que incluso si existen esas ideas perfectas que pueden hacer de nuestra mente una actividad afirmativa, de siempre continuar afirmando su existencia, sean asequibles para nosotros, criaturas de la tierra? Es complicado hablar fuera de las cosas contingentes; todo lo que está presente en nuestra mente ha sido influenciado por lo que uno ha visto o sentido, es decir, esos elementos contingentes ---nuestra idea de la eternidad es una imagen cultivada por los productos de la tierra---: es ahí donde vivimos –donde todo nace, crece y muere. Nuestro pensamiento no es distinto; incluso si tiene una naturaleza perfecta, ella se ha diluído con las reglas del mundo, con las cosas que envejecen. El deseo de morir, entonces, en algún momento será natural.






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