Altamirano y la utopía
El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles, deteníanse un momento entre los oscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres, se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de las montañas que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.
Vemos que lo primero que cambia es la vista; es ella quien se nos adelanta para dar el primer paso y avisarnos que hemos llegado a un nuevo lugar, distinto a cualquier otro; los ojos serán quienes distinguirán entre la belleza de las montañas frente a la mundanidad de la ciudad. Sólo una vez reconocido esto -que se ha separado o desligado de su provincia-, nos vemos presentados a nuestro guía, una especie de Virgilio o Beatriz; pues se trata de un Padre español, vocero no sólo de su religiosidad -afluencia ya esperada-, sino que viene acompañada también de la vanguardia de su época: el liberalismo. Será él quien nos mostrará claramente lo que no pudimos ver con anterioridad. Adentrándonos a la comunidad, su voz será nos mostrará el lugar; podemos ilustrarlo ese procedimiento de forma análoga a la siguiente forma: como una persona ciega que pide a alguien que le describa lo que ve, quedándose callado para prestar atención a lo voz de su ilustrador -quien le retrata lo que hay o no, y cómo es la composición de lo que detalla-, así el capítan hará caso del Padre, quien le mostrará las cosas como son dentro -cuál es su rol y el de la religión en general, cómo se imparte la educación, el papel que cada miembro de la comunidad juega, cómo se dirije éste, etc. Pasajero y extranjero, el capítan no tendrá una gran porción de diálogos, o tan sólo aquellos que muestre aprobación o gusto por lo que observa. Su mirada no poseera un papel neutro, sino que observará todo no como cosas despejadas de algún sentido, sino que el Padra le dirá exactamente lo que son y lo que hacen: la comunidad, por ejemplo, no será sólo un aconglomerado de personas que se han reuinido por algún motivo circunstancial relativo a la superviviencia; su razón de ser, en cambio, se deberá a que el ser humano puede naturalmente coordinarse con otros y tiene una proclividad a querer hacerlo, es decir, buscar vivir en una comunidad.; pero, además, su forma de gobernar será de acuerdo a las ideas liberales y el corazón de estos gobernantes se guiará por las leyes del cristianismo. De esa manera es que su comunidad se pudo establecer como qua utopia (o quizás como completamente utópica), pues han seguido las leyes que hace posible a la comunidad perfecta.
Hay que pensar un poco más en la vista, quien mueve a la mirada para que se posicione de cierta manera: es ella nuestro nervio, la estimulante de nuestra mente para decirnos el tipo de reacción que tendremos; para este caso, cuando veamos la comunidad que nos ha presentado el Padre, la reacción será claramente de maravillarse. ¿Pero cuál es la razón de esto? Uno podría responder que se debe, a forma de analogía, a su posicionamiento en los cielos, donde todo es más claro y perfecto. Sin embargo, ya comenté que el personaje del capitán es más una máscara, un explorador disfrazado que ha pasado de época en época. Él mismo ha sido compalero de Heródoto, ha viajado a la ciudad de Laputa como Guliver, dialogó como Glaucón en la República, conoce los esbozos de La ciudad de Dios por Agustín y ha entrado a la Utopia de Moro; en todas sus visitas siempre ha terminado maravillado por lo que ha visto. ¿Acaso estos casos son tan genuinos como lo es la comunidad de las montañas; nuestra reacción por una no puede ser similar a las otras, es decir, sentir una sensación de existación genuina de perfección sobre cada una de las comunidades? Creo que podemos decir que sí: la exitación de maravilla que se produce la vista es la misma; pero la arquitectura de cada una de éstas son completamente distintas.
La explicación se reduce a la espacio-temporalidad de estos monumentos. Estas grandes obras no han creado tanto los planos de una ciudad como expresado la gran maquinaria mental tanto imaginaria como ideológica de la época. Tanto los personajes como las calles y las instituciones son manifestaciones corporeas de ciertas ideas de la época; sus funciones pueden expresar algún tipo de ceja irónica como en Gulliver o presentar el método eficiente que es requerido para la sociedad, por ejemplo, la manipulación de la nauturaleza por medio de la maquinaria y la ciencia con Bacon. De esta manera, antes de presentarse ante la utopia de la época, el viajero ha de conocer los detalles de la ciudad donde se ha bosquejado ésta -tiene que ver claramente las diferencias entre la ciudad y el reino o comunidad perfecta. Sólo así podrá maravillarse por la segunda, pero los motivos serán distintos; lo ha hecho porque esa sensación surge de lo que es poco visto y todos quieren o ven como solución. Así uno reacciona de esa manera sobre cierta utopía de cierta época porque eso es lo que en ese tiempo se deseaba, la solución que habían imaginado contra sus problemas. El camino que se había presentado en La Ciudad de Dios con Agustín es uno muy distinto al de Lord Baco en La Nueva Atlantida. Similarmente, el esbozo sobre el futuro que tenía la Nueva España es uno muy distinto al del México en la Reforma -simplemente las circunstancias han cambiado y lo que se busca o critica ahora son otras cosas.
Volviendo ahora con el capitán, quien conoce las circunstancias y problemas de su época, el Padre español aparecerá para mostrar su comunidad y cómo han resuelto todas aquéllas -nos hablará como salió en busca de una misión evangelista para terminar asentado ahý y poner manos a la marcha de su proyecto. Pero lo ha hecho a partir de ciertas presuposiciones ideológicas y culturales, la primera siendo liberal y la segunda la religión cristiana. Tenemos entonces al vocero retratando no las cosas como son, sino como cierta postura propone que sean; y el capitán reacciona a sus descripciones afirmándolas porque es el liberal que ha descubierto la solución. Durante todo el momento que dialogan el capitán y el padre español -toda la duración de la historia- usualmente el procedimiento va de cómo las cosas eran antes a cómo fueron después de su llegada: previamente, por ejemplo, el profesor del pueblo estaba a poco de ser asesinado por los fanáticos que seguían las ordenes del anterior padre, pero fue salvado por el padre español, quien les mostró que no se debe entender la práctica religiosa como adoctrinación o seguimiento de los mandatos como si fueran ordenes, sino que debe realizarse un acto de reflexión -a parte, se tiene que dar la distinción entre las ordenes de Dios y las del padre, uno que dice No matarás y otro que ha ordenado matarás; no hay que disolver el rol del padre como si fuera el representante de Dios. (este ejemplo bien podría ser una de las razones que da Altamirano para la separación entre Iglesia y Estado: el rol del padre es distinta a la de dar ordenes).
Nuestro recorrido por esta nueva arquitectura del S.XIX mexicano, este nuevo esperimento ideológico autocontenido -pues se tienen todas las variables controladas en un lugar despojado de todo, evitándose así el riesgo de contaminación-, no proviene entonces de la influencia divina. Las bases para su formación no han provenido de la inspiración u objetividad (para expresarlo de una manera), sino de las circunstancias materiales y de una historia de las ideas. Decir entonces que hemos atrapado este pequeño proyecto en un pequeño recipiente hermético donde nada entra y nada sale es hablar hiperbólicamente. La indicación más clara sobre esto viene de nuestro propio vocero: el padre español; personaje (o transmisor de las ideas populares contemporáneas en la época de Altamirano), cuya construcción del personaje viene divida por dos historias, la española y la religiosa. Por otro lado, la historia del liberalismo vendrá a las tierras de latinoamérica a partir de Francias y las Colonias Inglesas. Y así como las ideas extranjeras se fueron expandiendo a nuevos territorios, es apropiado que el mayor exponente de esta nueva ideología lo sea también.
Aquí no se trata, por supuesto, de tratar de postular la nueva visión del momento como algo completamente original. El liberalismo, por ejemplo, puede ser rastreado a John Locke, y de él podremos rastrear sus propias influencias y las influencias de las influencias, etc. Es complicado plantear la noción de una idea original como algo que no ha sido causado por algo más o que ha sido incubado sólo bajo el genio de alguien. México, además, es una nación que comenzó compartipendo espacio con extranjeros; simplemente no podemos hablar de la historia de nuestra nación sin mencionarlos. (españoles, franceses y estadounidenses siempre han tomado algún papel en muchas de las grandes escenas de México): "México es padre de los extranjeros y padrastro de los mexicanos". Se trata de una historia de colonización, cierto; pero también de un intento de asimilación. Altamirano -al menos para este caso- es un hombre con ideales ajenos o des-originales (en el sentido de que se trata de posturas populares traídas por extranejeros), por lo que está tratando de asimilarse. Pero también podríamos decir que se trata de un proyecto de colonización interna, presentada con el papel del padre español. Altamirano nos narra, por un lado, casi al final de la historia, acerca de la descripción de una pareja, quienes no han mezclado su sangre fuera de los suyos, tratándose de aquellos que bien podrian aún tratar de preservar las creencias y prácticas ajenas a la influencia española; sin embargo, vemos después que en el momento de alabanza ellos también fueron participes. Podemos resaltar ese tipo de actitud con la descripción que se da de los habitantes, todos de buen espíritu y dispuestos a escuchar al nuevo guía. Parece que no importa que tan lejos uno se encuentre de las tierras del imperio católico, todos tienen en su corazón las leyes del cristianismo -todos son provclives a esa enseñanza. Todos están dispuestos, entonces, a asimilarse a este imperio.
Recorramos los senderos y la infraestructura que parecer bien construidos y la comunidad muy abrigadora siempre con ecepticismo. Hay que ser precavidos con la mirada que siempre reacciona muy entusiasta a las maravillas de los nuevos lugares, Para ocupar cierto modo del lenguaje, me gustaría describir el caso de esta manera: todo el lugar, sumergido en un experimento, preparó la llegada del capitán bajo ciertas medidas específicas; primero le generó una reacción genuina de deslumbramiento al forzarlo a tener que cruzar por el paisaje montañoso; después, debido a su modestia, permitió ser guiado y que le describieran la comunidad como si fuera un ciego que pidiera ayuda para poder saber el lugar donde está o que recorre; y la fecha de Navidad no coloca la esfera del espíritu de colectividad en la comunidad, sino que también se trata de un momento de tradición religiosa.
No hay que ver aquí un esfuerzo por desconfiar del esfuerzo en crear Utopías o malicia en el autor del Zarco y Clemencia. No estoy tratando de analizar su psicología o sus personajes; tan sólo estoy dando un poco mi voz de la gran tradición, ahora manifestada en México, de esbozar algún modelo utópico. Como ya indiqué, estos esbozos sirven para tener ubicación de cierto período temporal. Gracias a ellos podemos plantear qué aqueja a los personajes históricos en esos momentos. Ello no es muy distinto aquí. Podemos observar que también se trata de un proyecto de tipo social de presentar cierto modelo que pueda ironizar las presuposiciones de la época o, como me parece que se hace aquí, tratar de unirla bajo ciertas preconcepciones (el liberal y el cristiano).
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